CUADERNO DE PEDAGOGÍA UNIVERSITARIA / VOL.17 NÚMERO 34 / ARTÍCULOS CIENTÍFICOS / PP 127-137
constructivo como necesario para el apren-
dizaje, a través de ejercicios que se van
hilvanando como parte de la vida misma y
que contribuyen al desarrollo sólido y
contundente de lo cognitivo y lo social.
De acuerdo a lo expuesto, es necesario
emplear un proceso de aprendizaje desde
los desarrollos comunicativos horizontales,
en el cual educador y educando posean y
ofrezcan conocimientos vitales para la cons-
trucción de saberes. El estudiante se en-
cuentra en igualdad de condiciones de
conocimiento que las que se encuentra el
docente en un tema determinado. Esto
significa que nosotros los docentes debe-
mos convencernos de que el conocimiento
que poseemos no constituye verdades
absolutas. En ese sentido, es ideal promo-
ver aprendizajes no solo a partir de leccio-
nes magistrales, sino a través de lecciones
de vida en las que cada quien, estudiantes y
docente, pongan a dialogar y transcender
sus conocimientos adquiridos y puedan
enriquecer los encuentros en el aula y es así
que se va conociendo, haciendo y siendo.
En la medida en que dignifiquemos al
estudiante al considerarlo un sujeto pleno
de capacidades, será más protagonista de
su proceso de aprendizaje y pondrá en fun-
ción una actividad importante en su queha-
cer con el fin de construir comunidad. Con-
forme a esto, no enseñaremos para llenar
de conocimiento sin sentido, sino que ense-
ñaremos para el porvenir de un fin vital
común: la familia, comunidad, ciudad, socie-
dad. Por tanto, “la pedagogía desde su
forma más natural propende por la reflexión
sobre el acto de aprender, lo que implica la
comunión entre teoría y práctica en el aula,
el ser y el hacer como bases principales de
construcción” (Berdugo, 2013, p. 108). La
clave está en darnos cuenta cómo real-
mente aprendemos más y mejor las per-
sonas, desde nuestra ubicación espacial,
temporal, social y encontrar desde ahí
puentes de relación que nos permitan cons-
truirnos entre el tú y el yo y reafirmarnos
como una sociedad capaz de pensar y
formar rutas para la creación de un mundo
mejor para todos.
4. Múltiples miradas sobre la
urgente necesidad de la
educación contemporánea
desde los procesos horizontales,
humanistas y emancipatorios
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jóvenes y adultos estén con la cara frente a
sus dispositivos tecnológicos, ignorando a
quienes tienen el turno de la palabra;
actividades que interrumpen el proceso
comunicativo en tanto no existe una escu-
cha y una oralidad significativa que
trascienda los acervos comprensivos de los
otros. También, se agrede el contacto hu-
mano, el encuentro, la interacción, pues en
las miradas nos reconocemos. Los gestos y
afirmaciones de los otros nos ayudan a
construir y fortalecer la idea de quiénes
somos como comunidad y como individuos.
Estas reflexiones nos convocan a mirar e
incluir otras posibilidades de trabajo en
nuestro rol docente; remueven nuestras
concepciones arraigadas de que el rol do-
cente solo equivale a un transmisor de
conocimiento, un ejercicio que se queda
meramente en el aula. Por el contrario, los
maestros somos agentes activos en el
capital social y cultural que representamos
desde el acto educativo en las aulas de
clase y fuera de ellas. Al respecto, Bauman
(2008) trata sobre los retos de la educación,
cuyo desafío relevante consiste sobre el
carácter humanitario que nos debe inquietar
y ocupar a nosotros los docentes.
Las dinámicas económicas en un mundo
altamente inter-conectado y globalizado han
conllevado que el aprendizaje se asuma
como un producto y no como un proceso.
Observamos que existe un afán por poseer
una cantidad de títulos que certifiquen
estudios y no los alcances que dichos
estudios puedan constituir en el porvenir de
la ciudadanía. El mundo del mercado no
solo ha permeado los bienes, sino también
los servicios, situación que ha calado en el
campo de la educación. Posiblemente el
sistema educativo se haya desvirtuado de
su misión potencial que es la constitución de
horizontes de una comunidad. Es cierto que
el docente del siglo XXI necesita desarrollar
su profesionalización docente, pero debe
hacerlo para innovar, para que a partir de
las nuevas capacidades obtenidas busque
soluciones a los problemas actuales que
enfrenta nuestro contexto. Ante esta situa-
ción, se sugiere que se implementen en el
aula de clase prácticas sistemáticas, evolu-
tivamente apropiadas, y que sean conse-
cuentes con el desarrollo progresivo de las
últimas décadas, en concreto, que nos
esforcemos en descubrir cómo los niños y
jóvenes del siglo XXI acceden al
conocimiento.
La rapidez del mundo actual ha dado como
resultado el “síndrome de la impaciencia”
(Bauman, 2008), la actitud de no dar espera
a los procesos, sino a obtener el fin último
de manera inmediata: “en nuestros días,
toda demora, dilación o espera se ha
transformado en un estigma de inferioridad”
(Bauman, 2008, p.22). En la actualidad, los
docentes somos testigos de que el sistema
educativo ha sufrido unas alteraciones en
cómo los jóvenes aprenden y terminan
procesos que pueden tardar más tiempo
dadas sus complejidades, evoluciones
cognitivas, experiencias y demás situacio-
nes que favorezcan el aprendizaje. Al res-
pecto, en Colombia este afán lo podemos
encontrar en los denominados centros de
validación, donde en unos diez meses una
persona valida un ciclo de aprendizaje,
según los Estándares Básicos de Compe-
tencias, lo que tardaría usualmente dos
años de escolaridad.
En el contexto de la educación superior,
antiguamente se utilizaba un período de
seis meses y hoy en día encontramos uni-
versidades cuyo ciclo es un trimestre y otras
con métodos andragógicos que tienen ciclos
mensuales, situación que pone en tela de
juicio el proceso de aprendizaje, en tanto a
la profundidad y alcances investigativos en
los ejes temáticos propios de las carreras
universitarias.
En suma, en estos tiempos coyunturales el
sistema educativo debe posibilitar escena-
rios que promuevan una formación de per-
sonas conscientes, críticas y coherentes
con un proyecto de sociedad y democracia,
situación que solo devendrá de un ejercicio
pedagógico humano y emancipador. En
consecuencia, cumplir con los tiempos que
requieren los procesos es benéfico en la
medida en que se considera el diálogo
desde sus experiencias y necesidades del
contexto que se ensamblan para abstraer y
manejar información, y con ello entender y
transformar la cultura.
A pesar de todas las teorías y modelos
pedagógicos que se han desarrollado en el
siglo XX y pretenden impactar el acto
educativo, Martínez (2018) dice que: “con el
decurso de los años se ha visto que la
escuela tradicional se ha revelado como
incapaz para optimizar la manera habitual
que el alumnado tiene de aproximarse al
mundo, es decir, para superar el pensa-
miento simplificador, propio de la cultura de
la superficialidad dominante, y muy alejado
de un pensamiento científico complejo” (p.
101). Según vemos, el acto educativo es
complejo y ha sido estudiado por grandes
teóricos y desde muchas ciencias. Es por
ello que en este espacio reflexivo, tanto
Rancière, como Freire y Gardner, nos están
invitando a entender el acto educativo como
un entramado de inquietudes, preguntas y
verdades plurales, en el que cada una
contiene su propio sentido de ser y estar en
el mundo, y es este el ejercicio que
promueve las experiencias de aprendizaje.
Las experiencias son actos estéticos multí-
vocos, cada experiencia es diferente una de
la otra, ninguna será la verdadera. Cada
experiencia es una lectura, y como en el
acto de leer su ejercicio es inagotable, las
vivencias nutren y representan modos para
poner en perspectiva lo vivenciado. Las
experiencias son diversas como habitantes
hubo y hay en este mundo. A partir de eso,
entender el carácter intersubjetivo y
dialógico del contexto educativo es el punto
de partida del ejercicio de acervo interpre-
tativo al que acuden permanentemente
estudiantes y profesores para la compren-
sión de sus puestas en común de
aprendizajes que circulan y movilizan la
práctica educativa.
embargo, hay aprendizajes que necesaria-
mente llevan andamiaje, es decir, estruc-
turas de conocimiento elaboradas. Para
ciertos conocimientos, aunque sea se
necesita un empuje o impulso para llegar a
conclusiones. Tal es el caso del maestro
Sócrates, él no daba las respuestas, pero a
través de sus preguntas y la incertidumbre
que sembraba, hacía que sus interpelados
llegaran a conclusiones. Y esto era en
temas filosóficos, en otros temas más
complejos se necesita del andamiaje de un
experto, pues se podría perder un tiempo
enorme en la ruta para encontrar el apren-
dizaje o la respuesta, y muchas veces, hay
errores en la respuesta a la que se llega. Tal
es el caso de Cristóbal Colón. El navegante
era autodidacta y no necesitó de un
explicador, sin embargo, el cálculo que hizo
de la tierra estaba errado, de hecho, murió y
nunca supo que estaba en otro continente.
Entonces, volvamos sobre la relación
estudiante, aprendizaje y profesor. ¿Qué
sucede cuando el estudiante es capaz de
aprender por sus propios medios? El docen-
te, ante un público de estudiantes con
capacidades autorreguladas se convierte en
intermediario en el diálogo y no en alguien
imprescindible que deba estar para que se
produzca el aprendizaje. En esta situación,
el docente se convierte también en un
agente activo del proceso de aprendizaje.
Desde este contexto, este es el primer paso
para comprender que el docente y el estu-
diante son el “holograma” creativo del acto
pedagógico, que posibilitan desde un
diálogo horizontal aprendizajes auténticos y
significativos y que dicho aprendizaje puede
ser el resultado de un compromiso juicioso
en la medida que el estudiante interactúa
con el objeto de aprendizaje, aun no reci-
biendo orientaciones o indicaciones direc-
tivas por parte de los maestros. Al respecto,
dice Jacotot, referido por Rancière (2002),
que cuando un estudiante sabe que es
capaz de acceder al conocimiento por sí
solo y no necesita un explicador, se
encuentra emancipado. No es la instrucción
la que nos hace sentir ignorantes, sino la
creencia de que la inteligencia del profesor
es superior a la nuestra. (Rancière, 2002)
En ese sentido, desde el concepto de
relación entre emancipación y atontamiento
y la relación docente y estudiante, Rancière
(2002) sostiene que “quien enseña sin
emancipar atonta. Y quien emancipa no ha
de preocuparse de lo que el emancipado
debe aprender (…) se puede enseñar lo que
se ignora. (p. 14). Este filósofo sostiene que
la emancipación se puede materializar
cuando hay una condición de igualdad. La
emancipación se puede presentar de forma
grupal y entre dos, de forma horizontal,
cuando docente y estudiante están en las
mismas condiciones y disposiciones para
aprender y ambos se sienten ignorantes;
cuando el docente no tenga todas las
respuestas de lo que el estudiante debe
aprender. Rancière (2002) dice que “lo
único que necesitamos es aprender a vivir
como personas en igualdad en un mundo
desigual” (p. 50). De este modo, se entiende
que todos los saberes son válidos e iguales,
si bien hay disciplinas que son más
abstractas que otras, todas resultan
necesarias e importantes de acuerdo a los
modos de operar de las sociedades y las
naciones, en ese sentido, no existe una
superioridad entre una disciplina, arte o
ciencia, pues cada quien, de acuerdo a sus
intereses, le da sus prioridades, privilegios y
posiciones.
En suma, todas las inteligencias están en
las mismas condiciones en el seno acadé-
mico, porque los conocimientos y las artes
tienen su complejidad, disciplina, pasión y
evolución. Rancière (2002) cuestiona a
quienes se sienten inferiores por sus sabe-
res, no porque sean ignorantes en otras
situaciones de aprehensión sobre el mundo,
sino por despreciarse a sí mismos. Nadie
tiene menos o más capacidad, lo que
tenemos son inteligencias múltiples.
Gardner establece la inteligencia como “un
potencial biosociológico para procesar infor-
mación que se puede activar en un marco
cultural para resolver problemas o crear
productos que tienen un valor para la
cultura” (2001, p. 45). En este sentido, la
inteligencia deviene desde diferentes condi-
ciones de desarrollo que pueden represen-
tar los seres humanos, condiciones dadas
Estas reflexiones hasta aquí descritas
gracias a las consideraciones del profesor
Rancière nos convocan con urgencia a
meditar sobre la asunción de compromiso
que en la actualidad deben consolidarse en
los profesores y en los estudiantes como
sujetos conscientes de sus capacidades
ciudadanas, lo cual nos lleva a pensar en el
escenario educativo como el medio que
permite formarnos y encontrarnos. Es
asumirlo también como un espacio prota-
gónico en la comprensión de los caminos de
una sociedad. En este sentido de compren-
sión es que este apartado del texto pretende
reflexionar en torno al ejercicio pedagógico
que propende por un diálogo horizontal, que
nos oriente sobre nuestros sentidos y
significados de ser y estar.
En ese orden de ideas, desde el panorama
cambiante que presentan las sociedades y
los contextos educativos, Bauman (2008)
señala que cuando el mundo llega al caos y
a la confusión es necesario volver al origen,
es decir, hacia los cimientos culturales y
sociales de las prácticas vitales, tales como:
los encuentros, la seguridad, el equilibro
familiar, emocional, laboral. Hoy vivimos,
según Bauman (2008), en los tiempos líqui-
dos donde todo queda rezagado a lo
incierto, lo confuso, lo inestable, cambios
constantes y ligeros que han conllevado a la
humanidad a priorizar lo individual sobre lo
colectivo.
Este tipo de perspectiva nos cuestiona. El
origen que hemos perdido como especie
apunta a aquellos hábitos y costumbres que
nos conllevaban a trazar ritmos de trabajo
desde la cultura en la que estamos
inmersos, mirar al otro como una oportu-
nidad para aprender y construir juntos.
Vivimos en tiempos de transformaciones
vertiginosas en los que la tolerancia y el
respeto por los otros y las cosas cada vez
siguen desapareciendo y el mundo del
consumo se encarga que este ejercicio de
discriminación se esté incrementando
aceleradamente.
Por ejemplo, vemos en las aulas de clase,
en las reuniones familiares, que niños,
En ese mismo horizonte de significado, el
filósofo francés Pierre Bourdieu (2002)
afirma que cada ser humano tiene sus
propios conocimientos. El hombre es un
tejido de aprendizajes y emociones y desde
la perspectiva de la educación es
imprescindible que el docente y las
instituciones de educación lo asuman de
esta manera, es decir, una sociedad que
valore la diversidad y las expresiones
genuinas.
Consecuentemente, la cultura que habita en
el individuo determina su campo intelectual.
Lo social y lo cultural configuran las
singularidades y las pluralidades de los
individuos. Ser y estar en un espacio
específico posibilita formas de aprendizaje e
interacción de determinados saberes que
estimulan los procesos interpretativos de
análisis. Desde este ángulo, cada persona
contiene su propio campo intelectual a partir
de sus experiencias, símbolos, signos,
esquemas, paradigmas, corporalidades,
que le ha brindado el mismo entorno, y que
cada quien va configurando y organizando.
Es decir, que las diversas esferas de la vida
en donde coexista una persona prescriben
su capital intelectual. Sin embargo, el
docente puede orientar estas singularidades
y colaborar con la inversión en el capital
intelectual de sus estudiantes. “En la
actualidad la información se encuentra
deslocalizada y corresponde al docente
organizarla, estructurarla y adaptarla a las
características del entorno en el cual ejerce
su docencia” (Martínez, 2018, p. 102).