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la institución son parte de los insumos necesarios
para la construcción de su cultura, de su identidad.
La evaluación, desde el referente educativo
institucional que asume la Universidad, relata
procesos académicos y de gestión; sin embargo,
se puede igualmente pensar en el concepto como
algo restrictivo; de acuerdo con García (2000),
citado por Bolseguí y Fuguet (2006), predomina el
hecho de pensar en la idea de evaluación como
medición, a través de un corte técnico donde prima
el control. No obstante, el concepto de evaluación
ha evolucionado a través de la historia y puede
ser considerada dependiendo del acercamiento
a problemas sociales. En el contexto educativo,
hasta hace poco, según Reyes (2006), el objeto
de evaluación que ha predominado ha sido el
estudiantado, pero se han originado investigaciones
hacia otros objetos de la evaluación en educación
superior como lo son los docentes, los programas
formativos y la evaluación institucional.
Para Lecointe (2001), citado por Rangel (2010), “la
evaluación debe entenderse como una serie de
acciones que propicien una dinámica movilizadora”
(p. 1). Así como se da en la cultura, la participación
de la comunidad que hace parte de una institución
exalta el valor que tiene la ejecución de actividades
que evalúen el funcionamiento de la misma. Es así
como “la evaluación se convierte en una nueva
cultura de participación, de carácter progresivo,
que evoluciona continuamente” (Bolseguí y Fuguet,
2006, p. 6), y es quien conlleva a una construcción
social que implica cambios en las instituciones.
En este punto, “una cultura de evaluación podría
denirse, entonces, como el conjunto de valores,
acuerdos, tradiciones, creencias y pensamientos
que una comunidad educativa asigna a la acción
de evaluación” (Valenzuela, Ramírez y Alfaro, 2011,
p. 45). Su fomento debe considerar iniciativas de
autoevaluación constantes para el logro efectivo de
los procesos de gestión institucional. De ahí que,
“la generación y sostenimiento de la cultura de la
autoevaluación en las instituciones es la base o
cimiento para el aseguramiento de las condiciones
mínimas de calidad” (Londoño y Ramírez, 2012,
p. 3). Empero, es a partir de la misma gestión
directiva y académica que se puede asegurar o no
los resultados esperados al adelantar este tipo de
procesos. Es necesario que no se llegue al hecho de
que “las instituciones puedan aprender el juego de
la evaluación/acreditación y desarrollar una cultura
de la conformidad” (Orozco y Cardoso, 2003, p. 78).
Casallas y Gaona (2013) van más allá al considerar
que la cultura implica una interdependencia de
las personas en sus relaciones a través de los
diferentes niveles jerárquicos de la institución y
las reglas establecidas por estas que hacen que
se genere una inuencia en las conductas de los
individuos que las componen. Es decir, “culture
inuences an organization through the people within
it” (Masland, 1985, p. 158).
La relación que se puede derivar de la cultura y
la gestión en una institución puede proporcionar,
como lo dice Masland (1985), un fundamento
subyacente para el desarrollo institucional, al
establecer referentes y parámetros que articulen su
realidad y permita proyectar sus objetivos, políticas
y estrategias. La comunidad da origen a la cultura
en una organización y depende de la gestión de
su cultura y la evaluación de su gestión que puede
contemplar mantenerse en el tiempo.
Los esfuerzos al interior de una institución de
educación superior no deben ser direccionados
al cumplimiento de requerimientos normativos,
más bien deben contemplar el mejoramiento de
su desempeño. De esta forma, la generación
de diversos ambientes de reexión y discusión
entre los miembros de la comunidad debe dar
como resultado el diseño e implementación de
recomendaciones de gestión que consoliden una
cultura del mejoramiento de las condiciones de
calidad de un programa curricular de la misma
institución y las dependencias que la componen.
Sobre el proceso metodológico
Establecer enfoques metodológicos y técnicos
(herramientas) que posibiliten el diagnóstico de
los procesos directivos y académicos es una
cuestión inusual, no porque antes no se haya
emprendido tal tarea, sino por tratarse ahora en un
ambiente generalizado en el que incluso participan
saberes y profesionales que, por lo general, habían
decidido permanecer aislados de la discusión
sobre el sentido y la perspectiva que despliegan
los procesos de autoevaluación. Ello exige
plantear cuestiones centrales: 1) ¿cuáles son los