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Cuaderno de
Pedagogía Universitaria
Vol. 14 / no. 28 / julio-diciembre 2017 / República Dominicana / PUCMM / ISSN 1814-4152 (en línea) / ISSN 1814-4144 (impresa)
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28 • VENTANAS ABIERTAS A LA PEDAGOGÍA UNIVERSITARIA
Gonzalo Martín de Marcos*
Complejidad y dialogismo en los Estudios
Generales: Mijail Bajtín y Edgar Morin
Resumen
La estructura del currículo de Estudios Generales no debería ser una simple acumulación. Las áreas pueden
relacionarse mediante la complejidad dialógica, un concepto que reúne el dialigismo de Mijaíl Bajtín y la
complejidad y su principio dialógico de Edgar Morin. La complejidad dialógica permite cohesionar un conjunto
multidisciplinar sin reducir ningún elemento. Para ilustrarlo, se usa el ejemplo de la Historia de la Literatura.
Abstract
The structure of the curriculum of General Education should not be a mere accumulation. Areas can be related
through dialogic complexity, a concept that brings together Bakhtin’s dialogism and Edgar Morin’s dialogical
principle. Dialogic complexity allows the cohesion of a multidisciplinary set without reducing any element. To
show it, the History of Literature is used as an example.
*Gonzalo Martín de Marcos
: Doctor en Literatura española en Arizona State University (Estados Unidos). Doctor en Filología
Hispánica en la Universidad de Valladolid (España). Investigador sobre Literatura española contemporánea, Teoría de la
Argumentación, Estudios de Terrorismo y Estudios Generales. Profesor a tiempo Completo del Departamento de Español y
del Doctorado en Estudios del Español, en la Pontica Universidad Madre y Maestra (PUCMM). Director del Departamento de
Estudios Generales en el Campus Santo Tomás de Aquino de la PUCMM. Para contactar al autor: gonzalomartin@pucmm.
edu.do
Recibido:31-07-17
Aprobado: 30-08-17
Complexity and Dialogism in General Education:
Mikhail Bakhtin and Edgar Morin
Palabras clave
Dialogismo; complejidad; Bajtín; Morin; Estudios Generales
Keywords
Dialogism; complexity; Bakhtin; Morin; General Education
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Introducción
Muchas son las concepciones de Estudios Generales,
desde que en el siglo XX se recuperara la raíz de las
primeras universidades europeas, en la Edad Media.
Tanto José Ortega y Gasset como Robert Maynard
Hutchins se propusieron volver a aquello para combatir
males comunes: hiperespecialización, acriticismo,
trivialización de la cultura, etc. Aquí se entienden
los Estudios Generales como una fase curricular
compuesta por estudios principalmente humanísticos
(Filosofía, Literatura, Historia, Arte), aunque no solo
(pues la ciencia no procedimental también se incluye),
y caracterizada por la generalidad. Esto signica
que se provee una educación de validez universal
(en todo tiempo, lugar y circunstancia) y que no es
nunca especializada. Los Estudios Generales de la
PUCMM se basan en dos principios: el humanismo y
las relaciones interdisciplinares. El primero determina
que no son los contenidos la sustancia de los cursos,
sino la relación del ser humano con los conocimientos.
El segundo dota de una estructura coherente a los
cursos: todas las materias se relacionan entre sí; no
hay Literatura pura, ni Ciencia Ambiental pura.
Este trabajo aborda la fusión de puntos cruciales de
dos autores clásicos, con el n de intentar dotar de
una naturaleza disciplinar intrínseca a los currículos de
Estudios Generales. Sucede que la interdisciplinariedad
que los caracteriza se sustancia en una sucesión de
disciplinas adjuntas. El desafío es acercarse a un
corpus conceptual realmente común que permita
llevar los meros contactos entre las disciplinas a una
imbricación más trabada.
Es posible concebir los Estudios Generales como
una macro-disciplina, cuya estructura sea la
heterogeneidad coherente y cuya perspectiva sea
un humanismo autocrítico.
1
Esta armazón no debe
ser entendida como reducción ni como yuxtaposición
de disciplinas elementales, sino como unidad
compleja (unitas multiplex), resultado distinto al del
holismo, que es una unidad en que desaparecen sus
constituyentes. Tal estructura debe regirse por dos
conceptos interdependientes, la complejidad de Edgar
Morin y el dialogismo de Mijail Bajtín. Ambos se alejan
del monismo que reduce lo múltiple a lo uno; ambos,
también, pese a lo que pueda parecer, se alejan del
relativismo absolutista (pemítaseme el oxímoron): del
primero porque hace desaparecer la disparidad en un
proceso de fusión de contrarios; del segundo porque,
desde sus enfoques más irredentos, niega el mismo
diálogo.
La complejidad dialógica o el dialogismo de la
complejidad—composición del dialogismo de Bajtín en
la atmósfera de la complejidad de Morin—nos permite
pensar en los Estudios Generales como un conjunto
disciplinar cuya coherencia está determinada por la
interrelación de elementos sin que estos lleguen nunca
a perder su singularidad. La complejidad dialógica ha de
permear toda la losofía de los Estudios Generales: las
relaciones disciplinares, las relaciones intradisciplinares
o la relación docente-discente. La complejidad dialógica
no es holística, porque en la realidad total resultante no
desaparecen las partes.
La complejidad de Edgar Morin
El pensamiento complejo que postula Edgar Morin
constituye una base crucial para los Estudios
Generales de la era contemporánea.
2
Podría pensarse,
en un principio, que la complejidad coincide con el
paradigma de la posmodernidad. Gran parte de los
rasgos de ese movimiento—irracionalismo, relativismo,
desacralización, trivialización, etc.—son una reacción
contra el paradigma de la modernidad. Pero la
complejidad, a mi juicio, aunque nace en este caldo, no
abjura de sus contrarios: no rechaza lo cierto, sino que
lo enfrenta con lo incierto; no niega lo único, sino que
lo engasta en lo múltiple; no abjura del orden, sino que
lo expone al desorden (Morin, 1982) no descree de la
razón, sino que considera que ha de complementarla
la sinrazón;
3
no disuelve el objeto, sino que subraya “la
gran paradoja: el sujeto y el objeto son indisociables”
(Morin, 2011, p. 67).
La complejidad es un paradigma; es decir, un modelo
de conocimiento. Morin postula tres principios que
1
Véase Martín de Marcos (2016). Entiendo el humanismo autocrítico como una versión crítica con algunos principios del humanismo
renacentista, en especial en lo que se refiere a la razón y a la idea del hombre como medida de todas las cosas.
2
Esto no significa que sea el único autor que ha tratado el asunto. Véase, por su importancia, el magnífico trabajo de Rolando García,
Sistemas complejos, donde estudia no sólo la complejidad, sino la relación de esta como la interdisciplina.
3
“¿La razón? ¡Yo me considero racional, pero parto de la idea de que la razón es evolutiva y que lleva en sí misma a su peor enemigo”
(Morin, 2011, p. 162). Veáse también su juicio a la razón Ciencia y conciencia (1982).
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lo caracterizan. El primero es el principio dialógico,
“que permite mantener la dualidad en el seno de la
unidad” (2011, p. 106). El segundo es la recursividad
organizacional, para cuya explicación emplea el autor
la imagen del remolino, un hecho al mismo tiempo
productor y producido; en sus palabras: “Un proceso
recursivo es aquel en el cual los productos y los efectos
son, al mismo tiempo, causas y productores de aquello
que los produce” (Morin, 2011, p. 106). Y el tercero es
el principio hologramático, por el cual el todo está en
las partes y las partes están en el todo; ejemplos de
ellos son los fractales, cuyas partes más pequeñas
se reproducen en las más grandes; o las células,
cuya información genética explica, a otra escala, el
cuerpo entero; o la familia, que es una forma social
de organización semejante a la comunidad (Morin,
2011). Cualquiera de estos principios caracteriza a
la complejidad como un sistema abierto, proteico, en
constante adaptación y acomodación, que se opone al
paradigma de la simplicidad, según el cual se aplican
a la realidad procesos de reducción y abstracción
que tratan de hacerla comprensible mediante una
simplicación que la je, que la inmovilice.
El dialogismo de Mijail Bajtin
El dialogismo es también el principio axial del
pensamiento de Mijail Bajtín. El teórico ruso es un
pensador insoslayable para cualquier estudioso de
la Literatura, la Lingüística, la Filosofía, la Cultura. El
pensamiento de Bajtín es, en sí mismo, un emblema
de la transdisciplinariedad, porque de su formación
multidisciplinar y autodidacta salieron conceptos
omnicomprensivos, el más importante de los cuales es
el dialogismo.
El dialogismo se origina en el estudio de la poética
de Fiodor Dostoyevski. Esto no signica que se
circunscriba a la ciencia literaria, dentro de la que tiene
un papel fundamental, sino que las novelas del escritor
ruso son una base a partir de la cual reexionar sobre
el lenguaje, la cultura o la ética. En otras palabras,
Bajtín no es solo un pensador sobre la Literatura sino,
notablemente, un pensador desde la Literatura.
Entiéndase el dialogismo como una relación irreductible
e insoluble entre dos elementos. Una relación entre dos
extremos que no se absorberán ni subsumirán nunca
uno en el otro. A diferencia del pensamiento monológico
del idealismo alemán—que Bajtín conocía bien—,
el dialogismo cree en un mundo de contrarios, en un
mundo de distintos, en un mundo de complementarios.
Frente a la dialéctica hegeliana, que reduce dos
contrarios a un tercero que los sintetiza (tesis-antítesis-
síntesis), el dialogismo se queda en la misma tensión
constante que caracteriza a la complejidad. Una tensión
en la que se confrontarán, sin n y entre sí, aquellos
contrarios, esos distintos, estos complementarios.
Dado que el dialogismo parte de los Estudios Literarios
se comprenderá bien a partir de la literatura. En una
novela caracterizada por el dialogismo el narrador no
impone su autoridad sobre las voces de los personajes,
sino que estos conservan su independencia. Para Bajtín
(2003), la realización plena del dialogismo es la novela
polifónica de Fiodor Dostoyevski. Los personajes de
Dostoyevski—dice Bajtín (2003ª)—“no son esclavos
carentes de voz propia (…), sino personas libres,
capaces de enfrentarse con su creador, de no estar de
acuerdo con él y hasta de oponérsele” (p. 14). Es preciso
insistir en que Bajtín (2003ª) es un estudioso de la
literatura, cuyas ideas alcanzan un vuelo trans-literario.
Es que las relaciones dialógicas representan un
fenómeno mucho más extenso que las relaciones
entre las réplicas de un diálogo estructuralmente
expresado, son un fenómeno casi universal que
penetra todo el discurso humano y todos los nexos
y manifestaciones de la vida humana en general,
todo aquello que posee sentido y signicado (p. 67).
Por eso, parece legítimo extrapolar el dialogismo a
los dominios de la ética, en que el otro, que no soy
yo, no se me someterá. Dice Bajtín (2003ª): “En cada
novela se representa una contraposición de muchas
conciencias no neutralizadas dialécticamente, no
fundidas en la unidad del espíritu” (p. 45). Es aquí
inevitable la mención de otro pensador, Emmanuel
Lévinas (1995), para quien, en el pensamiento
occidental, la hegemonía de la ontología ha tenido
consecuencias para la relación entre el Mismo y el
Otro: “Para la tradición losóca, los conictos entre el
Mismo y lo Otro se resuelven por la teoría en la que
lo Otro se reduce al Mismo” (p. 71). El pensamiento
de Lévinas es sobre todo una rehabilitación del Otro,
que es totalmente otro, poseedor de una libertad
inalienable, tal como entiende Bajtín los personajes
de las novelas de Dostoyevski. El dialogismo de Bajtín
coincide con la alteridad de Lévinas (1995) en evitar
que el Mismo prive de alteridad al Otro (p. 62), para que
entre los dos se preserve una sociedad de igualdad en
la diferencia, una relación ética, terrestre (democrática).
El dialogismo de Bajtín (2003ª) es, así, una postura
ética que asume la diferencia, y que, aunque no lo diga
expresamente, nutre ideológicamente la democracia
liberal-burguesa (Sartori, 2003), que no masica ni
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subsume a los individuos, sino que salvaguarda las
individualidades.
El dialogismo permea la Literatura hasta sus cimientos,
esto es, la lengua. Es lo que Bajtín (2003ª) llama la
palabra dialógica, entendida esta palabra como
metonimia del lenguaje verbal humano: “[e]n el
término palabra entendemos la lengua en su plenitud,
completa y viva, y no hablamos de la lengua como
objeto especíco de la lingüística” (p. 264). Para Bajtín
(1989), el diálogo externo, formalmente estructurado,
se reproduce en una escala más o menos implícita en
el interior de la palabra misma. Es más, cada palabra
proferida—en el contexto real, en un enunciado—
se dirige a otra palabra respuesta, a la que tiene en
consideración (p. 97). Siempre entendida la lengua
en su vida social (p.77), la palabra “se forma en una
atmósfera de lo que se ha dicho anteriormente, la
palabra viene determinada, a su vez, por lo que todavía
no se ha dicho” (p. 97). La palabra condensa, por tanto,
el pasado y el futuro, mi yo y el yo de los otros. Cuando
yo empleo la palabra esclavo, por ejemplo, estoy
recogiendo toda la tradición cultural que—desde el
Imperio romano—estigmatizaba con tal condición a los
eslavos, de donde procede etimológicamente. Cuando
un niño encabeza sus frases con “eso no se hace
porque…” está reproduciendo, sin citarlas, las voces de
aquellos adultos que tratan de inculcarle un superego,
una estructura moral. Pues bien, Bajtín (2003ª), pese a
la seguridad de su teoría, descreía de la posibilidad de
que la Lingüística como disciplina se ocupara de este
asunto, pero la llegada de la Pragmática en los años
cuarenta y cincuenta abrió una vía para su realización.
Olwald Ducrot elaboró en los ochenta una adaptación
lingüística del dialogismo de Bajtín. La “Teoría polifónica
de la enunciación” sistematiza la pluralidad de voces en
el diálogo tal como se reejan en un discurso que no
tiene por qué tratarse de un diálogo estructurado. De
forma paralela a Bajtín, Ducrot llevó el dialogismo al
monologismo lingüístico. (Ducrot, 1986).
El dialogismo de Bajtín (2003
b
), como decía, es un
concepto omnicomprensivo que explica también las
relaciones en la cultura. En particular, lo que Bajtín
entiende por carnavalización cultural.
4
Para el autor,
la evolución de la cultura se explica mediante una
dinámica tradición-innovación. En momentos clave de
la historia—Renacimiento, Modernismo—la literatura
culta ha sido carnavalizada. Es este un proceso
por el cual el carnaval ha ejercido una inuencia
4
Apuntado en Problemas de la poética de Dostoyevsky, este asunto lo desarrolla en su estudio sobre Rabaleis (2003
b
).
transgresora: “Llamaremos carnavalización literaria
a esta transposición del carnaval al lenguaje de la
Literatura” (2003ª, p. 179). Mediante este proceso,
la literatura cómico-seria introdujo en la Literatura
ortodoxa el relativismo de la verdad, la inversión de las
jerarquías, la inversión de los sexos, la excentricidad,
la profanación; es decir, los rasgos sincréticos de tal
fenómeno social. Este mundo de la disparidad es,
esencialmente, un mundo dialógico. Un ejemplo,
entre tantísimos de la literatura, son dos autores del
seiscientos, Shakespeare y Cervantes, en cuyas
obras (literatura carnavalesca), las mujeres se visten
de hombres para intervenir en la vida de un modo que
la rectitud social no les habría permitido, pero que la
desviación carnavalesca permite y promueve.
Un ejemplo dialógico para la complejidad
Apuntaba en la introducción que la complejidad dialógica
es una concepción abarcadora, que funciona como una
cosmovisión, como una herramienta de pensamiento y
como un método para la organización de los Estudios
Generales. En este sentido, puede organizar—por
usar una analogía estructuralista—las relaciones
sintagmáticas y las relaciones paradigmáticas. Es decir,
las relaciones dentro de una misma disciplina, tanto
como las relaciones entre disciplinas equiparables. Ya
decía Bajtín (2003
a
) que el dialogismo permea desde
las relaciones interpersonales más complejas hasta la
estructura interna de una simple palabra, siempre que
la entendamos en un contexto vivo.
Pues bien, quiero poner un ejemplo del dialogismo
como principio explicativo de la Literatura. La Historia
de la Literatura está recorrida por una basculación entre
dos extremos que siempre han pretendido anularse
entre sí. A la Edad Media le sucedió el Renacimiento.
La literatura medieval es libre y dogmática, pagana
y religiosa, provocadora y sumisa; la literatura del
Renacimiento, en su fase idealista, es un modelo de
perfección retórico, uniforme, es imitativa, serena,
equilibrada. Al Renacimiento le siguió el Barroco;
el Barroco reaccionó contra aquella serenidad y se
tornó desaforado, provocador de nuevo, irreverente,
excesivo. Con el Neoclasicismo quiso regresarse a la
serenidad, a la luz equilibrada de la razón grecolatina,
que ya había practicado el Renacimiento. Después, el
Romanticismo reaccionó contra tanta medición serena
y estalló en emociones, rebeldías. Una nueva época
objetivista llegó con el Realismo, una estética que
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abjuraba del individualismo pasional del Romanticismo
y que abogaba por una literatura cientíca, mimética,
analítica.
Ya estamos a comienzos del Siglo XX y el balanceo
se acelera. Los primeros movimientos del siglo son
irracionalistas y espiritualistas, tendencias repudiadas
por el positivismo realista. Tras las guerras mundiales,
se vio el esteticismo de aquellos modernismos
(parnasianismo, decadentismo, simbolismo) como
actitud egoísta. Surgió entonces la Literatura social.
Y tras ella, en los años sesenta, llegó una nueva
revolución, una nueva reacción, que volvió a dignicar
el compromiso del arte con el arte. Es preciso subrayar
que se trató no del arte por el arte (aunque también),
sino del arte con el arte.
En este somero repaso de la Literatura de ocho siglos
puede observarse que los movimientos literarios se
han sucedido según una dinámica de acción-reacción.
Una dialéctica que basculaba entre una literatura
educativa, mimética, reglada y una literatura hedonista,
imaginativa, libre. Desde un enfoque monista, una y
otra tendencia podrían fundirse en una tercera, pero la
realidad es que ninguna síntesis triunfó ni triunfará. Las
estéticas literarias nunca podrán explicarse mediante la
dialéctica hegeliana. Es más, por naturaleza, la literatura
seguirá esta basculación incesante e insoluble, ad
innitum.
¿Cómo explicar entonces tal evolución? La clave
la proporcionan Edgar Morin y Mijail Bajtín; la clave
está en la complejidad dialógica o el dialogismo de
la complejidad. Si volvemos a los principios que
caracterizaban el paradigma de la complejidad,
observamos que la Literatura se desarrolla en un mundo
en el que las estéticas se rigen por la recursividad: Rubén
Darío crea el Modernismo hispánico pero, al mismo
tiempo, el contexto social, político y estético explica a
Rubén Darío; estéticas regidas, también, por el principio
hologramático: un autor, en el conjunto de su obra,
reproduce las contradicciones de todo su siglo, incluso
una obra reproduce a escala las contradicciones de
toda la obra del autor; y, nalmente, la Literatura se
rige por el principio dialógico, y aquí conectemos de
nuevo con Bajtín (2003ª). Pues, ¿qué ocurre para que
las voces de la literatura comprometida nunca acallen
a las voces esteticistas o viceversa? ¿Qué, para que tal
tensión se reproduzca esencialmente igual en distintos
siglos? Ocurre que entre los movimientos mimético-
realistas y los simbólico-fantásticos rige el principio
dialógico, según el cual ninguno de los elementos
se resolverá en el otro, sino que habrán de convivir,
sucederse o enfrentarse en un mundo complejo en
permanente tensión.
Véase, para concluir, qué aspecto tendría una disolución
forzosa de tal tensión dialógica. A mediados del siglo XX,
el enfrentamiento entre los comprometidos mediante la
literatura y los comprometidos con la literatura era muy
dura. Los primeros, con Jean Paul Sartre (1967) a la
cabeza, entendían la literatura como un instrumento
para comprometerse con asuntos políticos y sociales.
Los segundos, siempre menos beligerantes (Levinás,
1995), se defendían diciendo que su compromiso era
con la literatura. Por ejemplo, en España existía la
llamada ‘novela social’ y la también llamada ‘novela
deshumanizada’.
Los autores de la novela social abordaban, mediante la
literatura, asuntos como la pobreza, el autoritarismo, la
falta de libertades (Gil Casado, 1973). Los segundos,
aunque no dejaban de tratar estos temas, los
desdibujaban tras una estética opaca que se arrogaba el
primer plano (Gil Casado, 1990). Es decir, que para los
primeros la literatura era un medio y para los segundos
era un n inmediato. Entiendo que los segundos, los
defensores de la Literatura artística, pronunciaron
un subterfugio. Entiendo que comprometerse con el
arte no se halla tan lejos de las imputaciones que les
hacían los comprometidos. Entiendo, sin embargo, que
tal subterfugio no era necesario, y que en la tensión
dialógica de unos y otros puede hallarse una verdad
que no ensombrezca a ningún extremo.
Recomendaciones para su aplicación
En una clase de Literatura en Estudios Generales la
complejidad dialógica puede implementarse mediante
diversos recursos, dos de los cuales son ejemplares.
Teresa Colomer (2006) habla de una fase en la
didáctica de la Literatura, la expansión, en que los
textos se ponen en conexión con otras disciplinas (p.
216 y ss.). De estos textos pueden extraerse lo que
se llaman “centros de interés” y ver cómo se plasman
en la música, en la losofía, en la pintura, siempre sin
abocar al estudiante a una resolución que funda las dos
visiones. Es decir, que no se trata de que los alumnos,
por ejemplo, realicen una síntesis del amor entre lo que
dice una obra literaria y una obra pictórica, porque esto
violentaría la esencia irreductible de la complejidad
dialógica, sino de quedarse—armonizándolas o no—
con ambas visiones (unitas muliplex).
Otro recurso muy recomedable es la ekfrasis, o
descripción animada (Eco, 2003, p. 110), según la cual
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los textos reproducen imágenes mediante sus recursos
verbales. Es un método óptimo para los contenidos
interdisciplinares. Guerrero (2008) dice que permite
acercarnos a la literatura mediante la imaginación
icónica. La hegemonía de la imagen sobre la palabra
nos permite atraer a los alumnos a la palabra mediante
los referentes visuales. Los procesos interpretativos
se potencian al relacionar palabra e imagen. El
resultado, con todo, dentro de los Estudios Generales
caracterizados por la complejidad dialógica no puede
ser, insisto, un resultado, en el sentido de un producto
que reduzca la interpretación de lo literario mediante la
interpretación de lo visual, sino que mantenga ambas
en una tensión ‘incómoda’ y, por tanto, reexiva.
Conclusiones
La forma de enseñar Literatura—que es la forma en
que ha de comprendérsela—en los Estudios Generales
debe regirse por tal concepto, porque realiza el
principio de generalidad que les da sentido: evita la
especialización y promueve la interdisciplinariedad.
Los alumnos egresarán de esta fase de su formación
con una visión no reductiva de las realidades, lo cual
redundará en su capacidad crítica y en su riqueza
cognitiva. Hablo de la forma en que se enseñan los
grandes movimientos literarios, los autores y cada
obra en sí, porque, si gobierna el dialogismo de la
complejidad, evitaremos incurrir en simplicaciones de
realidades artísticas irreducibles. Lo que se dice de la
Literatura, vale asimismo para la Filosofía, la Historia,
la Argumentación, el Arte, etc. Cuando salvaguardamos
la realidad de las simplicaciones estamos asumiendo
que las teorías no deben forzar a la realidad para que
esta se adapte a ellas, sino que son aquellas, las
teorías —productos abstractos, reducidos—, las que
han de reformularse continuamente para explicar las
cosas, en sí mismas proteicas.
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