VENTANAS ABIERTAS A LA PEDAGOGÍA UNIVERSITARIA • 13
«Los Estudios Generales y la clase media», Carlos J. McCadden M.
Cuaderno de Pedagogía Universitaria
Vol. 14 / no. 28 / julio-diciembre 2017 / República
Dominicana / PUCMM / ISSN 1814-4152 (en línea) / ISSN 1814-4144 (impresa) / pp. 7-21
diría que preere una riqueza ilimitada. Es decir, para un
mexicano promedio entre tener una cantidad de riqueza
con límite u otra sin límites, lo que aparentemente lo
haría denitivamente feliz sería ser, sin límites, rico.
¡Poco conocemos los mexicanos sobre este tema y creo
que este es también el caso para los latinoamericanos
en general! ¿Será quizá que habiendo tantos pobres en
nuestro país se piensa que para erradicar la pobreza
es mejor desear, aunque sea por lo menos desear,
ser ilimitadamente rico? Olvidamos lo que le sucedió
al Rey Midas que por desear ser ilimitadamente rico el
castigo fue que todo lo que tocaba se convertía en oro
por lo cual no podía ni siquiera comer. Y, sin embargo,
los mexicanos, desoyendo la sabia mitología griega,
deseamos abiertamente ser como Midas.
Aristóteles dedica muchas páginas (Política, Libro
I, Capítulo III) a explicar qué es lo que constituye la
verdadera riqueza, pero yo quisiera darle acceso a esta
idea con un ejemplo sacado de la vida real.
Cuando Ferdinand Marcos gobernó Filipinas como
presidente y más tarde como dictador en los años
sesenta, setenta y ochenta, su esposa Imelda acumuló,
según algunas versiones, algo más de 1,200 pares de
zapatos. Ahora bien, lo que quisiera yo preguntar es
si esos 1,200 pares de zapatos son riqueza verdadera
para una persona. Habría que tomar en cuenta que si
Imelda Marcos se hubiera cambiado de zapatos tres
veces al día en un año apenas habría estrenado 1,095
de los 1,200 pares de zapatos que tenía.
Los seres humanos —dice Aristóteles— solo pueden
usar una cantidad limitada de bienes y servicios. No es
razonable usar ocho camas cada noche, aunque esté
yo dispuesto a cambiarme de cama cada hora. Esto
resultaría una locura. Hay pues una riqueza natural que
consiste en aquellos bienes necesarios para la vida y
útiles para la comunidad doméstica o política.
Si nos jamos en nuestros deseos, podemos creer que la
riqueza podría ser ilimitada, como el niño que pide en un
restaurante todo lo que le apetece sin ponerse a pensar
que no se lo va a poder comer simplemente porque no
cabe en su estómago tal cantidad de alimento.
El problema está en que nunca nos preguntamos por la
verdadera riqueza desde el punto de vista de los bienes
y servicios que pueden realmente usarse, normalmente
cuando pensamos en riqueza, lo hacemos en términos
de dinero, pero el dinero sí se puede poseer casi
ilimitadamente. Así, si tuviéramos un millón de dólares
físicamente, siempre podríamos desear tener más o
incluso tener en nuestra cuenta bancaria una cantidad
con un cero más, o sea, diez millones de dólares, y
luego con otro cero más, y así tendríamos cien millones
de dólares y esto puede continuar casi al innito.
La riqueza en numerario parece, ciertamente, poder
ser ilimitada, pero Aristóteles nos invita a dejar de
lado el dinero y a tener toda la riqueza en cosas,
esto es, en bienes y servicios. Figuremos a la sazón
la deseabilísima riqueza de Bill Gates (1955- ), que,
según entiendo, gira en torno de los $75 mil millones
de dólares (Forbes, 2017), en cosas, o sea, en bienes
y servicios. Imaginemos ser dueños de setenta y cinco
mil casas de un millón de dólares. Tan pronto dejamos
de pensar en términos de dinero y pensamos en cosas,
resulta que setenta y cinco mil millones de dólares en
cosas no solo son francamente innecesarios, sino que
dejan de ser atractivos. Tanta riqueza sería irracional,
y prueba de ello es que el mismo Bill Gates, como
tantos otros multimillonarios, ha sentido la necesidad de
regalarla, por innecesaria (CNN, 2015) ¿Cuántos jugos
de naranja puede uno beber en toda su vida?, ¿una
cantidad limitada o una cantidad ilimitada? Creo que lo
dicho basta para entender que la verdadera riqueza, la
riqueza natural, es limitada porque lo que necesitamos
en la vida es limitado, por más elegante y suntuoso
que pueda ser lo que necesitamos. La riqueza que un
ser humano va utilizar y gozar a lo largo de su vida es
limitada justamente porque el hombre es limitado, si el
ser humano es limitado sus necesidades también lo son.
Por todo esto, Aristóteles proponía como solución a los
problemas de Atenas del siglo IV, que habían perdido su
clase media por las Guerras del Peloponeso (431-404 a.
C.), el restablecimiento de una clase media que tuviera
una riqueza bastante para satisfacer necesidades,
es decir, proponía una clase media verdaderamente
rica. No dejo de señalar que así no pensamos los
latinoamericanos y tampoco los mexicanos. A cualquiera
que viniera a querer limitar nuestro deseo de riqueza lo
despacharíamos por mediocre, o muy poco ambicioso,
sin darnos cuenta de que querer ser ilimitadamente ricos
no sólo es irracional, sino francamente estúpido por no
obedecer a la razón.
Así pues, habrá que preguntarse si el terror que genera
lo sucedido al Rey Midas es suciente para desear
ser verdaderamente rico y dejar de desear serlo
ilimitadamente. De la misma manera como la sobre
indulgencia en el comer y beber generan una sensación
de incomodidad que hace ver al crapuloso que ha
comido y bebido en exceso, la educación universitaria
dotada de un gran sentido común tendrían que dar
elementos para eliminar la disposición a admirar y casi
idolatrar a los ricos y poderosos, y empezar a apreciar
a ayudar las personas pobres y de modesta condición,
y de esa manera no solo detendríamos la corrupción de